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CAPÍTULO 121

—¿Qué demonios?

—¿Por qué estás aquí? —repito, rechinando los dientes, sin siquiera tomarme un momento para señalar que cambié mi número de celular por su culpa.

—Eres mi hija, Emma —se encoge de hombros, como si esa fuera toda la excusa que necesitara. Mi ira, que hierve bajo mi piel, sube cien gra...